Las mamás no son superhéroes, son seres humanos comunes: es hora de normalizarlo
Escrito especial por el dia de las madres.
Cada 10 de mayo, el Día de la Madre se celebra con flores, chocolates, cenas y un sinfín de mensajes de gratitud. Es un día para honrar a esas mujeres que, según muchos, sacrifican todo por el bienestar de sus hijos. Sin embargo, más allá de la festividad, el Día de la Madre debería ser también un momento para cuestionarnos el rol que se les impone a las madres en la sociedad. ¿Realmente estamos reconociendo su trabajo, sus sacrificios y, sobre todo, su humanidad, o estamos perpetuando la idea de que las madres son figuras casi inalcanzables, perfectas y sin defectos? Si seguimos viéndolas como "superhéroes", las estamos deshumanizando y negándoles el derecho a ser imperfectas, a ser vulnerables, a equivocarse y, sobre todo, a pedir ayuda.
El mito de la madre perfecta
La figura de la madre perfecta ha sido vendida a lo largo de los años como un ideal inalcanzable: una mujer que lo hace todo sin quejarse, que siempre está disponible, que siempre sabe qué hacer y cómo hacerlo, que nunca se cansa ni se equivoca. Pero detrás de esa imagen está el peso de una expectativa social tan abrumadora que, lejos de empoderar, anula la posibilidad de que las madres se muestren tal como son: seres humanos con altibajos emocionales, con cansancio, con frustraciones, con dudas.
Esta visión de la madre perfecta ha sido reforzada no solo por la cultura popular, sino también por instituciones, medios de comunicación y redes sociales, que nos muestran un ideal de maternidad que pocas veces es alcanzable. Las madres son retratadas como figuras inquebrantables, heroicas, dispuestas a renunciar a su propia identidad por el bien de sus hijos. Pero ¿a qué costo? Esta narrativa impide que las mujeres que se dedican a la crianza reconozcan que está bien no ser perfectas, que está bien pedir ayuda, que está bien llorar o sentirse abrumadas. En lugar de permitirles ser vulnerables, la sociedad les exige que escondan sus emociones y que sigan adelante como si nada les afectará.
La maternidad real: una elección, no una imposición
Un aspecto fundamental para cuestionar la idealización de la maternidad es reconocer que ser madre no debería ser una obligación, sino una elección. Muchas mujeres sienten que la maternidad es una expectativa social que deben cumplir, ya sea por presiones familiares, culturales o biológicas. Pero ser madre no debería ser un destino impuesto por la sociedad, sino una decisión consciente, elegida por cada mujer según sus deseos y circunstancias.
En muchos países de América Latina, la tasa de maternidad no deseada sigue siendo alarmante. Según datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), el 18,5% de las mujeres de la región experimentan un embarazo no planeado, lo que refleja cómo la maternidad, en muchos casos, sigue siendo vista como una consecuencia inevitable del rol de la mujer, y no como una opción personal. Además, el acceso limitado a servicios de salud sexual y reproductiva también restringe la capacidad de las mujeres para tomar decisiones informadas sobre la maternidad.
Una maternidad deseada y planificada no solo mejora la calidad de vida de la madre, sino también del hijo, ya que permite que la mujer esté emocionalmente preparada para enfrentar los retos que implica la crianza. Sin embargo, esto solo es posible cuando las mujeres tienen el derecho de decidir libremente sobre su cuerpo y su futuro. Cuando se les impone ser madres, la sociedad está obviando sus deseos y necesidades personales.
Las madres también son personas
Más allá de ser madres, las mujeres son individuos completos, con una identidad propia, intereses y aspiraciones más allá del cuidado de sus hijos. Sin embargo, en muchos contextos, especialmente en culturas tradicionales patriarcales, las mujeres quedan reducidas a su rol de madre. La frase "la mamá de [nombre del hijo]" es un claro ejemplo de cómo las mujeres pueden llegar a perder su identidad individual frente a la maternidad. En lugar de ser reconocidos por su nombre, sus logros o sus sueños, su identidad queda asociada únicamente al rol de ser madre.
Esta invisibilización de la madre como individuo tiene un impacto profundo en la autoestima y el bienestar emocional de muchas mujeres. En sociedades donde la maternidad es vista como el único rol valorado de una mujer, aquellas que no eligen ser madres o que no cumplen con las expectativas tradicionales de la maternidad pueden sentirse marginadas o incompletas. Sin embargo, ser madre no es ni debe ser el único aspecto que define a una mujer. Ella es, ante todo, una persona, con un nombre, con una historia, con una vida que va más allá de la crianza de sus hijos. Y es hora de que esa identidad propia sea reconocida y celebrada.
Desigualdad en la crianza: una carga compartida
La crianza, en muchos hogares, sigue siendo considerada una responsabilidad casi exclusiva de las madres. Esto se refleja en las estadísticas: según un informe de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), las mujeres en América Latina destinan, en promedio, entre 3 y 4 veces más tiempo al cuidado de los hijos y las tareas domésticas que los hombres. De acuerdo con datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres dedican el 19,6% de su tiempo al trabajo doméstico no remunerado, mientras que los hombres apenas el 7,3%. Esta disparidad refleja la desigualdad de género estructural que persiste, a pesar de los avances en la equidad laboral y social.
La falta de corresponsabilidad en las tareas de crianza y hogar no solo afecta el bienestar de las madres, sino también el de los hijos y el de la sociedad en su conjunto. Cuando las mujeres asumen solas el peso de la crianza, corren el riesgo de agotarse física y emocionalmente, lo que afecta su salud y su capacidad para desempeñarse en otros ámbitos de su vida, como el trabajo o sus relaciones personales. La corresponsabilidad en la crianza es fundamental para lograr una distribución más equitativa del trabajo doméstico y, sobre todo, para reconocer el valor del trabajo no remunerado, que sigue siendo el pilar sobre el cual se sostiene gran parte de la sociedad.
La necesidad de un cambio estructural
Para lograr un cambio real, es imprescindible que la sociedad deje de ver a las madres como heroínas y comience a reconocerlas como seres humanos comunes. Esto implica cambiar las estructuras que perpetúan la desigualdad de género, tanto en el hogar como en el ámbito laboral. Es necesario invertir en políticas públicas que apoyen a las familias, como licencias de maternidad y paternidad extendidas, sistemas de cuidado infantil accesibles y de calidad, y medidas que fomenten la corresponsabilidad en las tareas de crianza.
Además, es crucial que se valore el trabajo de cuidados no solo en términos de afecto y sacrificio, sino también como un trabajo real, que requiere tiempo, esfuerzo y dedicación. Solo cuando la sociedad reconozca el valor económico, social y emocional de la maternidad y el trabajo doméstico, podremos avanzar hacia un modelo de sociedad más equitativo.